CAFAYATE-POR ERNESTO BISCEGLIA.- El nombre de Judas Iscariote está íntimamente ligado al concepto de traición. Cuando se trata de tachar a alguien de traidor se recurre a la figura del Judas. Su presencia está bastante tratada en los Evangelios sobre todo de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, aunque para el hombre común y específicamente el creyente confesional le sea desconocido que quizás haya sido entre todos los apóstoles el que primero haya llegado al Cielo, como dice la tradición católica.

En efecto, Judas es conocido por su papel como traidor de Jesucristo. Según los relatos bíblicos, traicionó a Jesús entregándolo a las autoridades judías a cambio de treinta piezas de plata.


Si bien las Escrituras no proporcionan una explicación clara sobre las motivaciones de Judas, algunas interpretaciones sugieren motivaciones económicas o desilusiones con las expectativas mesiánicas de Jesús. Tal vez, Judas, esperaba que Jesús fuera un líder que tomara el gobierno y él verse favorecido con algún cargo importante, hay que recordar que Judas oficiaba como «tesorero» del grupo de apóstoles que acompañaban al Mesías. Tal vez, la tentación en medio de esa decepción sumada a la codicia… quién pudiera saberlo.

Una muerte dudosa

El relato más conocido dice que Judas, después de la traición, se sintió culpable y corrió al Templo a devolver las monedas y aquí estuvo su gran error, concurrir al Templo en lugar de ir a la Cruz. Establecemos una primera y gran enseñanza para los tiempos que corren, ante el arrepentimiento del fiel (no es necesario que sea un traidor, aunque los hay), la remisión de la culpa no está en las iglesias ni en la casta sacerdotal, sino en el Hijo del Hombre, en la figura del Cristo. Estas líneas pueden resultar complejas de interpretarse porque están invitando a un salto de Conciencia, a una evolución del Pensamiento abandonando la lectura simple para avanzar hacia la comprensión mística del suceso.

Luego, hallamos que Judas ingresa al Templo y devuelve las treinta piezas de plata, cometiendo el segundo error, el de entregarle el dinero a los sacerdotes (Mateo 27:3-10), para luego, según este mismo evangelista, ahorcarse.

Pero hallamos también la versión escrita en el Libro de Hechos de los Apóstoles, donde se menciona que Judas «cayó en un campo y se partió por la mitad y todas sus entrañas se desparramaron por entero» (Hechos 1:18-19).

Por su parte, en Lucas -22:1-6-, no se retrata la violencia de la muerte de Judas, sino que se prefigura la traición cuando besa al Maestro, enseñando que la traición puede anidar en aquellos que se dicen amigos, hermanos, cercanos de cualquier manera. Los intereses en ocasiones pesan más que los afectos.

Los exégetas, por fin, estiman componiendo los relatos que pudo ser que el cuerpo descompuesto de Judas al estar pendiendo de una rama, esta se partiera y cayendo pesadamente explotara. Lo macabro y espeluznante de la imagen que presupone este momento no es sino una metáfora del Evangelio para significar cómo se paga la traición.

Judas Iscariote un modelo a imitar

Sin embargo, y aquí está lo interesante, se hace más hincapié siempre en el hecho de la traición de Judas que en su terrible remordimiento por haber vendido a Jesús, que otros llaman arrepentimiento, y que siendo términos relacionados tienen matices distintos en su significado.

El remordimiento se refiere a un sentimiento de culpa o pesar por una acción cometida, generalmente porque se reconoce que esa acción fue incorrecta o dañina, aunque no siempre conlleva un cambio de comportamiento o una corrección de la acción cometida.

El arrepentimiento, en cambio, va más allá del remordimiento. Implica no solo el reconocimiento de la equivocación, sino también un cambio de actitud o comportamiento. De allí entonces que quizás Judas haya devuelto las monedas por remordimiento, pero ¿se arrepintió? Porque el suicidio no sería la respuesta lógica sino por un dolor extremo y ante la imposibilidad de cambiar de conducta porque ¿Qué sentido tenía arrepentirse si Jesús ya había muerto?

Quizás, y sólo quizás, allí, en ese instante fatídico de la suma de decisiones arremolinadas del Judas entre el remordimiento y la nada posterior se halla la esencia teológica que el evangelista Juan define diciendo del Cristo: «Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14, 6). Luego, sin Cristo y sin haber visto la resurrección, para Judas no había más camino que la muerte.


Por eso, para el cristiano la actitud de Fe ante la resurrección del Señor es la piedra angular de su Vida; por eso es que San Pablo define este momento diciendo: «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra Fe»(1 Corintios 15:14). Judas no llegó a ver la resurrección o no la creyó, entonces arrepentirse lo dejaba vacío aún habiendo ejecutado el acto de querer restaurar su pecado devolviendo el dinero.

Como colofón podríamos entresacar algunas conclusiones: La primera es la escala de la traición como la mayor de las bajezas que puede cometer una persona.


Luego, tal es la dimensión de la traición que si hay una pizca de nobleza en el espíritu puede llevar a extremos como el cometido por Judas.


Este episodio, si bien contiene varias enseñanzas, la mayor es que los problemas de conciencia no se resuelven en lo externo, ni con el sacerdote -mucho menos hoy con un psicólogo-, sino al interno mismo de la persona.


El proceso del remordimiento que algunos desfogan en la confesión (allá ellos), el arrepentimiento, esto es, el cambio de conducta y la redención, todo se procesa y resuelve en la conciencia del creyente, no puede ser dado por nadie externo.
Porque bien resuelto este proceso será sanado con la Gracia, que sólo puede impartirse por el Padre.


Tan ciertas son las conclusiones que ofrecemos que este pasaje de Judas Iscariote nos ofrece todas las postales, excepto la que sella la importancia de la Conciencia: ¿Judas, se habrá salvado?


Quizás tanto haya sido su dolor que para sorpresa de muchos -de los que lleguen si así existe- al Cielo, lo vean sentado «A la diestra del Señor» (Mt. 26,24). –